Movimientos
sociales en la República Dominicana.
POR
CARLOS DORE CABRAL
En la entrega anterior, “movimientos sociales: encuadre teorico (1)”, se decia que el esfuerzo hecho alli por colocar la cuestion en su estado teorico actual, perseguia discutir los referentes que son necesarios para explicar las caracteristicas relevantes de los movimientos sociales en general y del caso de la Republica Dominicana en particular.
En la entrega anterior, “movimientos sociales: encuadre teorico (1)”, se decia que el esfuerzo hecho alli por colocar la cuestion en su estado teorico actual, perseguia discutir los referentes que son necesarios para explicar las caracteristicas relevantes de los movimientos sociales en general y del caso de la Republica Dominicana en particular.
Movimientos sociales en
la República Dominicana
Los movimientos sociales
en el país tienen sus antecedentes más importantes en el movimiento campesino
que enfrentó a las fuerzas de intervención norteamericana en 1916 y el
movimiento obrero de los años cuarenta, constituido alrededor de la industria
azucarera para enfrentar la dictadura trujillista.
De igual manera, en la
etapa de transición democrática que se abre tras el ajusticiamiento del
dictador Rafael L. Trujillo, emerge un movimiento estudiantil vigoroso que
inicia su fase de consolidación con la lucha protagonizada por el sector en la
consecución de un mayor presupuesto para la universidad estatal, a finales de
los años sesenta.
Más recientemente,
a finales de la década siguiente, específicamente en 1979, nace el Movimiento
Campesino Independiente, la expresión más acabada de la lucha campesina sin
“narigoneo” gubernamental, con una clara vocación reivindicativa y de
articulación con el movimiento obrero. De su interior nace años más tarde la
Confederación Nacional de Mujeres Campesinas, integrando novedosamente la perspectiva
de género y la clasista.
Esos movimientos,
esencialmente reivindicativos y anclados en su naturaleza por el referente
productivo, no resistieron el instrumentalismo de los de izquierda y la
política eclosionista y represiva de los gobiernos. Con su agotamiento y
desmovilización, el reflujo de masas caracteriza la llegada de los años
ochenta.Pero en los intersticios de la cotidianidad urbana latía un sujeto en
construcción que irrumpe en el espacio público en 1984, a un año de firmado el
acuerdo stand by con el Fondo Monetario Internacional y un día después de una
serie de medidas económicas resultado de ese acuerdo, que dificultaban aún mas
la vida de las mayorías.
En abril del 84, los
pobladores de los barrios periféricos de la ciudad Santo Domingo invaden el
espacio público reeditando de manera coordinada una jornada de lucha que dejó
perpleja a la “vanguardia política”, incapaz de entender la acción
independiente de las líneas generales trazadas desde arriba, a través de los
cuadros presentes en la organización de los pobladores.
Ese levantamiento
popular, esencialmente espontáneo, si no en su origen, en su diseminación, fue
duramente reprimido por las “fuerzas del orden”.
A partir de ese momento
surge un nuevo sujeto social. Nuevo porque tiene al territorio (y no a la
unidad productiva) como el espacio donde reproduce su práctica social y
construcción de cultura. Porque su relación con los partidos políticos
(particularmente de la izquierda) es de independencia, de no subalternidad; no
rechaza su presencia, pero asume la dirección de su propia lucha. Porque no
encarnaba proyectos societales activados por una meta relato alternativo al
capitalismo, pero sobre todo, por la diversidad de actores y organizaciones
intervinientes, que crearon un espacio de legitimación del liderazgo a partir
del compromiso con los fines.
Sin embargo, esa revuelta
popular nace sin posibilidades de permanencia: huérfana de una clara identidad
y un limitado sentido de pertenencia donde lo espacial no trascendía los
escasos límites de la barriada, restringiendo la posibilidad de articulación,
archipielagizando su práctica y perpetuando la fragmentación de las demandas.
Los movimientos que le
sucedieron agudizaron esas características, incluyendo el distanciamiento de
los partidos políticos y el rechazo a los dispositivos que desde lo estatal
pretendían situar al movimiento en unos cauces institucionales de por sí
frágiles, continuamente transgredidos por la ocurrencia de estallidos súbitos.
La forma en que desde la
marginalidad las movilizaciones no encontraron manera de articularse, de
agregarse, amplificó el grado de vulnerabilidad frente a los planes
desmovilizadores del Gobierno, que de lo punitivo y el castigo pasó a la
criminalización de las protestas y la aplicación de planes clientelistas y
asistenciales y la infiltración de algunas de las instancias populares más
emblemáticas y representativas.
Más adelante, en los
barrios capitalinos y de las grandes ciudades, reinventaron una nueva modalidad
organizativa: los CLP (Comités de Lucha Popular), que se convirtieron en los
mecanismos más efectivos para la expansión y reactivación de la lucha
reivindicativa.
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